
¡BIENVENIDOS!
Monseñor José Aníbal Verdaguer
Pero para quienes creemos que Jesús es la Vida, nuestro peregrinar en la tierra es una continua ascensión hacia la luz. Es una certeza engendrada en la autoridad divina de Jesús:… HACIA LA LUZ… HACIA LA MANSIÓN DONDE SE VIVE Y SE AMA.
La vida, entonces, se torna fecunda porque se transforma; el sacrificio es deleite, el martirio una victoria y la muerte, liberación.
Queremos hoy entonar un canto de acción de gracias a la vida y por la vida.
Queremos agradecer a Dios la vida de Mons. José Aníbal Alejandro Verdaguer y las múltiples gracias que, a través de él, regaló a la Iglesia y a la humanidad.
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Queremos adentrarnos en ella, descubrirla y sentir el deseo de imitarla.
Monseñor José Aníbal Alejandro Verdaguer nació el 15 de abril de 1877 en el lugar denominado El Plumerillo, departamento de Las Heras. Cursó sus estudios primarios en la antigua escuela Sarmiento, de la ciudad de Mendoza. Después se trasladó a Gerona, donde cursó el Bachillerato con los Hermanos Maristas e ingresó en el seminario. De regreso a Mendoza, continuó sus estudios eclesiásticos en el seminario de San Juan, recibiendo la ordenación sacerdotal de manos de S.E. Monseñor Marcolino Benavente el 27 de diciembre de 1901.
Cantó su primera misa el 19 de enero de 1902 en la Capilla del Monasterio de María, en la ciudad de Mendoza.
Ocupó sucesivamente los siguientes cargos: capellán del Asilo de Huérfanos, teniente cura de la Iglesia Matriz y notario eclesiástico de Mendoza. En 1906 fue nombrado cura de la Iglesia Matriz de Mendoza, desempeñando dicho cargo hasta 1917, año en que fue nombrado capellán del Monasterio de María y pro-vicario foráneo de Mendoza. En 1917 fundó en Mendoza el Colegio San José de los Hermanos Maristas.
En 1931 fue designado rector del Seminario de San Juan.


Hombre estudioso, publicó los siguientes trabajos de carácter histórico:
Lecciones de Historia de Mendoza: época colonial.
Cronología de Cuyo.
Estudios sobre el poder jurídico de Mendoza.
Estudios sobre la organización del Archivo de Indias.
Historia Eclesiástica de Cuyo.
Historia de Mendoza, de carácter didáctico.
Quienes se interesan por indagar el pasado histórico, buscando los cimientos de nuestro presente, saben cuánto deseó y suplicó Mendoza, desde la remota vida colonial, un obispado con sede en esta capital. Pero es recién en 1934 que se logra su creación.
Mientras la historia civil discute leyes o nombramientos, la Historia de la Salvación va en busca del instrumento elegido.
Y en el corazón del P. José Aníbal Verdaguer, la gran lucha. A los hechos históricos podemos leerlos en cualquier libro, pero aquí queremos compartir la vida íntima, la grandeza de vida de Mons. Verdaguer.
A principios de 1934, Mons. Felipe Cortesi, Nuncio Apostólico en la Argentina, escribía al Rdo. Padre Grenon, sacerdote jesuita residente en Mendoza:
“Ruego a Ud. quiera darme con la mayor solicitud que le sea posible informes sobre el Presbítero Verdaguer, a quien yo conozco personalmente y aprecio por sus virtudes sacerdotales. Para facilitarle la tarea, adjunto a la presente el cuestionario de la Sagrada Congregación Consistorial, que podrá servirle de guía, sin que sea necesario contestar a todas y cada una de las preguntas, caso de que no consiga los datos referentes.
En particular deseo conocer su edad exacta y el estado actual de su salud. Vuestra Reverencia bien comprenderá la importancia y urgencia del caso y el precioso servicio que con el informe prestará a la Iglesia. Dejo, también, a su prudencia la facultad de consultar, con la igual reserva, a las personas de confianza que mejor conozcan al referido sacerdote…”.
Y… como “no existe nada oculto bajo el sol”, Mons. Verdaguer se enteró de la consulta y se apresuró a explicar su situación. Así escribía al Sr. Nuncio:
“Previendo que pueda existir alguna probabilidad de que sea designado para ocupar la sede episcopal de Mendoza, me tomo la libertad de dirigirme a S.E.R. pidiendo y suplicándole con todas las venas de mi corazón quiera tener compasión de mí y librarme de tremenda carga superior a mis fuerzas.
Yo padezco una enfermedad crónica (diabetes) y paso la mayor parte de los días sin ánimo para el trabajo, no pudiendo coordinar ni una sola idea, completamente desfallecido. No pudiendo predicar ni celebrar la Santa Misa a hora avanzada. Tengo dificultades para caminar y estar largo tiempo de pie. Además, reconozco que no tendría la suficiente energía de carácter para cumplir como es debido con el cargo pastoral.
En vista de todas estas razones es que me he atrevido a hacer la presente súplica”.
La contestación del Sr. Nuncio Apostólico no se hizo esperar: el 6 de septiembre le respondía:
“Aprecio altamente los sentimientos que expresa en su atenta carta de fecha 30 de agosto con motivo de su eventual designación al Obispado de Mendoza.
No dudo, sin embargo, que los mismos sentimientos de verdad y humildad habrán de guiar su juicio en el caso de que el Santo Padre vuelva sus ojos sobre su persona y lo llame a la sublime dignidad episcopal.
Conozco perfectamente cuál sea su estado de salud, así que Ud. podrá estar seguro de que su elección, si se efectúa, responderá a una necesidad impuesta por las circunstancias, en las que hay que ver un signo de la voluntad de Dios.
Conforme, pues, a ella, con el mismo espíritu de humildad que inspira su carta, es prestar un verdadero servicio a la Iglesia, mostrar la debida sumisión al Padre común y confiar en Aquel que es Autor y consumador de la fe, Jesucristo, hasta el sacrificio”.
Y la voluntad de Dios no tardó en hacerse manifiesta; a los pocos días el Sr. Nuncio Apostólico volvía a escribirle: “Tengo la grata satisfacción de comunicar a Vuestra Excelencia Reverendísima que nuestro Santísimo Padre, el Papa Pío XI, se ha dignado nombrarle Obispo de Mendoza”.
Obedeció y cargó sobre sus hombros la enorme responsabilidad, rubricando su sacrificio con aquellas palabras del apóstol: “TODO LO PUEDO EN AQUEL QUE ME CONFORTA”.
A su delicada naturaleza física se unía la ausencia de los requisitos básicos de una sede episcopal. No tenía Mendoza una casa para ofrecerle ni catedral donde pudiera celebrar su liturgia.
Parecía que se confiaba únicamente en las virtudes del Obispo. Se le entregaba el cuidado de 28 parroquias en una extensión total de 245.000 km².
Su preocupación por la evangelización lo llevó a fundar en 1937 la Congregación Hermanas Obreras Catequistas de Jesús Sacramentado, que bajo el lema “TODO POR DIOS Y PARA DIOS”, dedicarían su vida a la tarea catequística y misionera.
Más que con la elocuencia de sus palabras, evangelizó con su presencia, pues tenía el don precioso que Dios concede a pocas criaturas de traslucir con fidelidad las virtudes que adornan su corazón.
Ese era el singular privilegio que distinguía a Mons. Verdaguer.
Por eso, el canónigo Dr. Juan Videla Cuello, en su oración fúnebre, pudo decir:
“La noche lo ha sorprendido como al diligente labrador en la mitad del surco y con la mano puesta en el arado. Ha dado vigoroso impulso a la Acción Católica y con ella ha revivido en nuestro ambiente el espíritu cristiano; ha metodizado la enseñanza catequística transformando a la niñez y a la adolescencia; ha estimulado en toda forma a los institutos docentes católicos, señalándolos al público como faros de esperanza y salvación futura. Estaba en vías de formar su propio seminario conciliar… Ha esparcido sobre el clero y el catolicismo militante de Mendoza el esplendor de sus prestigios personales, porque la presencia del Jefe eleva al nivel de los gobernados. ¡Cuánto hubiera hecho él si el tiempo no le hubiera fallado! Pero, señores, adoremos en silencio los designios inescrutables de Dios y, antes de alejarnos de este féretro, besemos el anillo pastoral de esa diestra habituada a bendecir; estrechemos la mano leal del amigo que jamás falló y, como un desquite victorioso contra la muerte, superior, sereno en el dolor, optimista y sonriente como un santo y como un mártir en el derrumbe de todas las esperanzas humanas, tremole sobre nuestras debilidades la acción enérgica de esta vida, en la que todo ha sido admirable, como para enseñarnos a todas horas el camino del triunfo”.
Y el Dr. Carlos A. Pithod completará:
“Más que las predicaciones de alta elocuencia, más que los éxitos rumorosos de las asambleas populares, ha servido a su rebaño el ejemplo de mansedumbre, de bondad, de sencillez y de pureza.
Los caminos se han abierto, los obstáculos se han removido, los problemas de una diócesis incipiente se han resuelto, en mérito de la gravitación ejercida por una fuerza que no se veía, ni se sentía. Era la virtud en la oración, era el sacrificio. Todo estaba aureolado día a día, el prestigio y el poder de la Silla Episcopal ocupada por el más humilde y silencioso de los prelados: Mons. José Aníbal Verdaguer”.
Al entregar estas Cartas Pastorales escritas por Monseñor José Aníbal Verdaguer, rogamos a Dios que su Espíritu nos haga virtuosos evangelizadores, obedientes siempre a la voluntad de Dios.
Pedimos a Mons. Verdaguer que interceda ante Dios Padre para que la Buena Noticia se encarne en cada uno de los habitantes de Mendoza y Neuquén, y la fe crezca y fructifique.
Hna. Leticia Ballhorst
H.O.C. de J.S.
Compartimos tus testimonios
C. Delia González
"Conoci la vida de Monseñor
y me impacto tanto que me acerque un poco mas a la vida Eucaristica"
Jeremías Espíndola
"Es muy bella la vida de Monseñor José A. Verdaguer y a la vez motivadora"
Luís Contreras
"No conocia su vida aunque viví en Mendoza. Ahora puedo decir que me acerca más a mis raices mendocinas"
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